jueves, 27 de diciembre de 2012

Jugué a ser Dios con papeles y fui libre...

¡Y en la papelera desangraron mis mundos!


No puedo empezar a redactar ideas sin primero dejar claro los ejes de mi universo, y es que parece ya casi un hábito el sentarme -"yo"- solo a escribir ensimismado, abyecto y hasta pareciese que  en trance, como un muñeco de trapo que conserva la postura con la cual cae, sin quejarse ni efectuar emoción alguna, y entonces pienso en las letras como cual abeja piensa en su miel. Pero, despierto abrupto de mis juegos mentales y allí estoy, sigo sentado medio encorvado y con un dolor en la espalda por la postura sin erguir, y ¡lloro de desagravio por las palabras no escritas y por las ideas que quedan perdidas!, pero no sé con qué pretexto, ni en qué momento vuelvo a navegar en un mar de papeles dislocados y el papelero de mi cuarto queda lleno de ideas y mundos ¡que sólo yo puedo concebir en mi ensortijado laberinto imaginario!, pero cada letra y cada página en la papeleta vierte sangre y se desborda por todo mi cuarto.

No me quedan más que horas vacías, mis mundos se me revelan ¡a mi! su creador y libertador, y es que cada creación mía, alimenta mi ego de un Dios escritor, y mis personajes saltan de entre la tinta y me acorralan en una esquina, ¡me ahogan!, me vuelvo parte de un castillo andante que se desmorona. ¿Por qué el autor debe ser responsable de sus creaciones mal educadas?, que se revelan y toman vueltas en el pensamiento imaginario de mis lectores. No es otra cosa que el gran caudal interpretativo de la quimera que recibe mis poemas y cuentos, y los pasa por alimentos. Sólo en esa precisa circunstancia, el autor se vuelve solo un engranaje más de la oxidada máquina de ingeniería avanzada, que se repasa metódicamente bajo un círculo cartesiano, y se enseña en las aulas al igual que figuras geométricas, ¡qué barbaridad!, no es sino la Literatura el caudal sin estudio metódico, un imaginario colectivo e interpretativo. El escritor se vuelve sólo en la pieza inicial, pero corre peligro de que su mundo se destruya frente a sus ojos. Y es que -en esto debo ser claro e irreductible- el autor debe tener cuidado de cuanto escribe, ¡incluso! de aquello que no escribe. Cada imagen cobra forma, y es gracias a los lectores, la quimera interpretativa de mi universo, la que da vida, cualidades, fortalezas y riqueza a los mundos y personajes que como cual creador: quisimos ser Dios y sentirnos libres para desdoblar la realidad. Gracias al lector, los personajes y los mundos viven por toda la eternidad.

Éste es mi mundo apocalíptico, una llanura vasta de ideas que explotan en mi universo y forman partículas de múltiples emociones. Pero será aquí el principal campo de batalla entre mis sentimientos y palabras. Aquí irá a caer todo lo que he de imaginar, y es que el escritor... se vale de todos aquellos mundos e historias que han de ir a parar, así como esto, a la papelera...

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