martes, 12 de febrero de 2013

Domingo bajo estrellas - [Cuento]


         Algunas veces pienso que caminar bajo las estrellas es de anticuados, de gente cursi y de personas viejas, si hay algo que odio, es eso… caminar bajo las estrellas. Escribí hace mucho tiempo unos garabatos sobre mi cuaderno, tenía la impresión de que se me habían olvidado, pero cuando uno escribe y olvida donde dejó el papel grabado con todo el crisol bíblico y revelador plasmado en unas cuantas líneas (más encima, con mala ortografía), corre el peligro de reencontrarse con frases que pueden hasta cambiar una vida. “Un libro en las manos y en el momento oportuno, puede dar un giro a tu existencia”, eso me lo dijo un amigo… cierto, se llamaba Cristóbal (por si no se nota, no lo he visto hace mucho y casi perdimos el contacto), en ese entonces tenía la leve sospecha de que mi vida era de colores médicos, científicos y todo muy esquemático, bien cuadrado para mis asuntos (iba a usar otra palabra, pero siento que mi lenguaje en esta ocasión debe ser correcto. Pero… ¿Por qué?, bah… weás mías), hasta que un día me di cuenta que era daltónico (por favor no lo interpreten textual… de acuerdo, tengo un pequeño problema en el ojo, pero no es daltonismo… no), entonces tuve que reestructurar toda mi vida por un dichoso y pequeño libro (por eso mismo yo ya no leo, tengo miedo a que me pase lo mismo), mi vida se dio hacia la política y el enfoque social, hacia lo lírico, lo literario, lo narrativo, el mundo creado por los autores, ese mundo que te sumerge y te lleva a cada historia diferente (podríamos decir que aprendí a amar la literatura y la poesía). Ah… ¿quieres saber cual era el libro?, la verdad es que no hay libro, bueno si lo hay, pero no quiero revelar el nombre: trataba sobre las personas que nacían en tubos de ensayo, era una sociedad futurista y selectiva (Si… elitista), donde su felicidad estaba condicionada, felizmente condicionada (que paradoja). ¡Bendito fue el día en el que dí con ese libro!, y sepan como fue a parar a mis manos: Me encontraba oculto en un mesón a la esquina de un local nocturno, cuando una muchacha se me acercó (¿pueden creerlo?), y empezamos a conversar (uno queda tan empavonado cuando se enfrenta a una chica bonita, que termina aceptando todo, así fue como acepté de weón, acompañarla a una exposición de libros), después de todos los barullos, acordamos juntarnos el día de mañana para salir a mirar esos libros, y en el mesón dejó (lo más probable es que intencionalmente) el libro que estaba leyendo. Me lo leí de principio a fin, de corrido (tengo la impresión de que me habré tomado unos siete café en el intertanto), y quedé fascinado con la intención literaria, la narración y un centenar de aspectos. Y me empezó a gustar la literatura, libros los cuales no había leído desde que salí del colegio (mentira… jamás me leí un libro en el colegio), aprendí con cierto resquemor y como no tenía la costumbre de leer (Dicho de otra forma: Interpretar… ¡Dios!, si que soy malo en eso), tuve que ir descubriendo de a poco, libro por libro. (La verdad es que, si lo vemos desde el punto de vista de un observador, yo aprendí a amar la literatura porque aprendí a amar a una chica. Si dejo de amarla, ¿dejaré de amar la literatura?, es lo más probable, de una u otra forma, los libros me recuerdan su aroma, su persona y todo lo que ha salido en esos versos hermosos que escribieron los poetas) Después de salir con ella en varias ocasiones, fui enamorándome, ya no de cómo era (porque me fascinaba todo), sino de las palabras que usaba, cada vocal que pronunciaba con un tono armónico y celestial de los mismos ángeles que interpretaban con sus trompetas a coro (Hace un par de meses, jamás en mi vida habría escrito algo así, ¡que barbaridad!). Una noche salimos a un restaurante, bastante lujoso y de alta alcurnia, y ella fue muy bien arreglada, con un vestido que dejaba su belleza florecer en todo su esplendor, pero lo que nunca falto, fue su libro. Solía comentarme detalles de los autores que leía, detalles y escenas de los libros que amaba y me invitaba a leer con ella algunos pasajes y capítulos, ¡y lo comprendí! (comprendí que me encontraba feliz, preocupado porque mañana podría ser más pesado que hoy, comprendí que estaba relajado, libre y sentía que no tenía obligación alguna, pero al mismo tiempo, tenía una tensión que me obligaba a desesperarme).
         ¿Salgamos a mirar la estrellas?, fue lo único que terminé diciendo y lo primero que se me ocurrió. Así  pude dar respuesta a una de las preguntas que he oído tantas veces en los poemas: ¿Qué es el amor?, el amor… es como un domingo. Pero es de noche… ¡que lástima!

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